En el DRAE, la primera acepción de nube es: " Agregado visible de minúsculas gotas de agua, de cristales de hielo o de ambos, suspendido en la atmósfera y producido por la condensación de vapor de agua." Y en una cuarta referencia, expone: "Cosa que oscurece o encubre otra, como lo hacen las nubes con el sol."
A mi modo de ver sería como lo hacen las nubes con el paisaje variando la belleza según lo que ocultan o dejan entrever. Así, las nubes como elemento de la naturaleza toman personalidad y protagonismo creando un imaginario formidable en cada observador. Mi percepción personal ante estos paisajes nubosos me provoca cierta tensión emocional nostálgica rememorando otras épocas y otros estados físicos y anímicos. Llegando hasta el punto de la contradicción que me produce el paisaje nublado en las montañas. Primero siento ira al ocultarse la vista de las montañas, que se que están ahí porque las he visto en planos topográficos y en mapas. Y por otra parte siento que esto forma parte del juego entre yo y la alianza de las montañas con las nubes y me lo tomo como una invitación a volver a visitar estas cumbres, o tener la paciencia necesaria y esperar a ver si levantan y lo recibo como un regalo de la naturaleza.
Digo paciencia a ver si levantan las nubes porque esto es para mí participar en el juego de las nubes. Si, las nubes se levantan, se echan, se abren, se rasgan, se enganchan a las crestas de las montañas, acarician laderas, mutan en volumen y densidad, corren, suben y bajan… Se puede estar sobre ellas, entre ellas y debajo hasta casi poder tocarlas a modo de techumbre del cielo.
Representan parte del ciclo del agua y por lo tanto de la vida. Observándolas uno puede darse un paseo imaginario entre ellas e incluso traer a la memoria el recuerdo de seres queridos que deben andar por ahí –al menos me gusta pensar esto–. Más allá de buscar pareidolias, prefiero pensar en que detrás de las nubes está el Sol, deleitarme con el movimiento y las formas que disponen dependiendo de las condiciones atmosféricas, colores y texturas.
En la fotografía de paisaje, las nubes aportan cierto dinamismo al paisaje de montañas, ya que sin las nubes las veremos como un paisaje estático, pero a colación de esto, escribe Martínez de Pisón: "Estáticas [las montañas] es excesivo: simplemente pasivas. En las que como en una cloaca, en un suburbio, en un hotel de lujo, podemos realizar nuestra vida, ser nosotros mismos; amarlas es amar una forma de vivir, una manera de ser. Hay que aceptarlas como son, acomodarse a ellas, pertenecerlas y dejarse vivir en sinceridad. Puede parecer lírico, reposado, contemplativo: lo es."
El paisaje es más que territorio: es territorio más cultura. Es por esto por lo que, a la hora de explicar un paisaje, no solo haya que disponer del conocimiento técnico de la captura de la imagen, sino de la interpretación de este, lo que se mira, lo que se conoce y lo que se ve. En el caso de un paisaje de nubes plomizas apelotonadas sobre las montañas, se hace dificultoso el arte que puede llegar a ser el poder transmitir las sensaciones y sentimientos que provocan el acto fotográfico. Con la fotografía no sólo se trata de copiar la realidad del espacio, debe haber una reflexión del porqué esa imagen para que haya creación, que luego cada observador leerá aportando su propia cultura y conocimientos.
Resulta hechizante, al menos para mí, la indescriptible luz sobre las crestas de las montañas, usando el lenguaje de las formas y los colores mientras se forma la niebla y los mares de nubes o como la montaña adquiere un sombrío tono y opaco, difuminada tras la bruma, sabiendo que abajo en el valle quizás estén iluminados los prados con intensa luz. Mientras aquí arriba las nubes se aferran a la montaña aflorando por encima de ellas las agujas y crestas formando islotes solitarios en medio de este océano vaporoso.
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