UN VIAJE MÁS. 17 de septiembre de 2021.
Viajes largos en autocaravana he realizado muchos. Visitado grandes ciudades también: Cracovia, Edimburgo, Praga, Munich, Marrakech, Lima, Madrid, Oporto, etc. Y ahora toca viajar y “echar” el día en Málaga, mi ciudad natal en la que hace unos veinte años que no resido. Es un viaje corto, de pocos kilómetros. En tren. Pero lleno de sensaciones y con tiempo suficiente para reflexionar mientras se observa el paisaje y el paisanaje al leve son del traqueteo que aún mantienen los trenes.
Son las siete de la mañana cuando recorro la ciudad de Ronda a pié hasta la estación; es fantástico levantarse antes que la ciudad y ver que sólo algunos profesionales están ya en el tajo, -no en el accidente geográfico, sino en el trabajo-.
Como llego media hora antes de tiempo, me encuentro con la estación desierta en sus andenes que poco a poco se va animando con el paso de trenes de mercancías, otros viajeros y algunos chavales que se dirigen al Instituto cercano y que acortan el camino por la senda paralela a las vías. Mientras espero mi tren me voy fijando en el resto de viajeros que van llegando, así voy imaginando el mundo de cada uno. Hay una pareja de extranjeros que irán de visita turística a no sé dónde, pero llevan un mapa en la mano que no termino de ver de dónde es. Una señora sola que pregunta una y otra vez si el próximo tren que pase va a Granada, a lo que se le explica que sí, pero haciendo trasbordo en Antequera, en la estación Santa Ana. Otros viajeros irán por cuestiones de trabajo o estudios. Y aquellos que por no disponer de otro medio irán a visitar a familiares, allá donde se encuentren.
En mi caso voy a Málaga en tren por el simple placer del desplazamiento, es decir, viajar por viajar con el serio trabajo que esto supone. No porque sean pocos kilómetros de distancia no se trata de viajar, desplazarse de un lugar a otro. Y hacía mucho tiempo que no usaba este medio de transporte, creo que la última vez fue cuando lo normal era portar una cesta con viandas de la Serranía para obsequiar a las amistades y familiares. Evidentemente hoy no hay ni rastro de esto.
Llega mi tren. Me subo.
Un corto, fino y agudo pitido indica que arrancamos, nos movemos. Lentamente inicia el recorrido saliendo de la ciudad, en el mismo momento surca el cielo un globo aerostático sobre nuestras cabezas ¿Hacia dónde irá? A mí donde me lleve el tren, al aeronauta donde le lleve el viento.
Antes de ganar velocidad, veo los caminos que pasan cercanos a la vía, por donde innumerables veces he paseado caminando o en bicicleta. ¡Qué rápido vamos ya! Parece que estoy en el centro de una pista de tenis: mirada por la ventanilla izquierda, mirada por la ventanilla derecha. No me quiero perder nada. A lo lejos, en el horizonte va quedando atrás la Sierra de las Nieves, Cerro Salinas, Parchite,… y apareciendo otros horizontes nuevos que me resultan familiares por haberlos transitado.
Amanece y el sol empieza a colarse tímidamente por las ventanas, al ritmo del rumbo que toma el tren.
Ahora a la altura de la estación de Almargen se ve como la coronación de todas las colinas han sido invadidas por aerogeneradores y toda la llanura que en otro tiempo era terreno de labor se encuentra tapizada de placas solares. Elementos estos de producción de energía sostenible pero que causan un grave problema medioambiental y un gran deterioro paisajístico. Difícil situación esta hasta que no se desarrolle en condiciones una ley de protección del paisaje.
Como si el paisaje estuviera en continuo movimiento y yo parado ante una enorme ventana -que no puedo abrir- empapándome de cuanto aparece tras ella. Reconozco todo cuanto veo con la alegría de haber estado allí.
Que complicado me resulta mirar, observar, fotografiar, pensar y escribir a la vez.
Llegamos a la estación Santa Ana, aquí aunque el trayecto desde Ronda hacia Málaga es relativamente corto, es necesario hacer trasbordo. Como siempre ocurre en estos actos viajeros, se produce una cierta incertidumbre entre el pasaje, quizás sea el temor a equivocarse de tren y vaya usted a saber donde puede aparecer. Aquí hay que estar seguros de situarse en el andén y sentido adecuados. Para asegurarse de realizar correctamente esta ceremonia se crea la necesidad -bendita necesidad- de tener que hablar con el resto de viajeros, ya que nadie parece confiar si ha interpretado bien lo que se expone en carteles luminosos. Qué gran tranquilidad y seguridad se siente cuando llega el personal ferroviario y con viva voz y certeza te dice que estás bien situado y en breve llegará tu tren que va hacia tu destino.
Nos movemos otra vez.
Ahora hay más viajeros en el vagón que me toca, pero el perfil de estos es el mismo; gente que va a sus quehaceres aprovechando el tiempo dormitando o con la vista fijada en móviles y tabletas. De cualquier manera menos conversando. ¿Es que ya no se conversa?, parece que no.
El entusiasmo que tengo porque en breve pasaremos a través de los viaductos y túneles del Desfiladero de los Gaitanes, pasa en lo que dura un suspiro a ser una decepción. No me acordaba que este tren ya no hace ese recorrido, el trazado fue modificado y ahora pasa bajo las imponentes moles de las sierras de Huma, Llana y Abdalajís. Una faraónica obra que entre otras cosas acabó con manantiales que abastecía de agua a la localidad de Valle de Abdalajís, y a saber cuántas otras maravillas ocultas bajo el Torcal del Charcón.
El paisaje, dejando atrás estas montañas se torna en sensibles ondulaciones en terrenos de labor, combinándose con los cada vez más extensos polígonos industriales. Tras esto, una sucesión de túneles, el tren nos conduce por las entrañas de Málaga hasta llegar a su estación.
Fin del trayecto.
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